La política, ‘las familias’ y las encuestas en Altamira

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Durante muchos años, los sesudos ‘analistas’ del escenario político de Altamira ‘concluían’ que el poder y el control eran ejercidos por ‘las familias’, las corrientes que se aferraban al variopinto árbol genealógico de la localidad para argumentar que tenían derecho a una rebanada del pastel presupuestal.
De esa forma, reclamando una especie de ‘derecho de sangre’ o una supuesta descendencia genética, esas ‘familias’ se disputaban la silla principal de las administraciones municipales como si fuera una herencia.
Algunas de esas familias se decían ‘fundadoras’, aunque la realidad indique que en la actualidad no haya registro de un heredero directo de la histórica aventura encabezada por el conde de Sierra Gorda, José de Escandón y Helguera, en mayo de 1749, bajo la protección de Nuestra Señora de las Caldas.
Estas ‘familias’ provienen de tiempos más recientes: de las décadas de los veintes y los treintas del siglo pasado, cuando Altamira se reducía a lo que hoy es su zona centro.
Otras llegaron después, provenientes del norte de Veracruz y del oriente de San Luis Potosí, conforme Altamira se convertía en un municipio atractivo para la inversión industrial y petroquímica.
‘Las familias’ se erigieron como ‘la elite’ política y económica y, por tanto, con ‘el privilegio de mandar’ sobre una ciudad que, en ese entonces, desconocía el rumbo que tomaría de la mano de sus vecinos, Tampico y Madero.
El destino de Altamira se definió a finales del sexenio de José López Portillo: a principios de los ochentas, en medio de una de las peores crisis económicas de la historia reciente del país, el puerto industrial de Altamira pasaba de ser un proyecto prioritario de infraestructura marítima a una realidad concreta de cara a lo que venía a nivel mundial, la apertura comercial y la globalización.
Desde entonces, Altamira ya no sería la misma.
Por supuesto, la transformación de Altamira sería paulatina, gradual, a la par de un rápido crecimiento poblacional que modificó, poco a poco, gustara o no, las relaciones de la ‘clase gobernante’ (las dichosas ‘familias’) con una sociedad más demandante y que exigía obra pública de calidad (pavimentación de calles) y mejores servicios (abasto de agua, alumbrado y recolección de basura).
Hoy en día, pese a que ‘las familias’ lo quieren negar en un último y desesperado intento por arrebatar un pedazo del poder presupuestal, Altamira ya no es la misma del siglo pasado.
Actualmente, Altamira ejerce el mayor presupuesto público de los municipios que integran la zona metropolitana del sur de Tamaulipas.
Así es: Altamira ya supera a Tampico por algunos cientos de millones de pesos en el rubro de presupuestos. Esa diferencia no disminuirá en los años por venir, todo lo contrario, se incrementará y, seguramente, en una década, se duplicará.
Esa transformación económica y social de Altamira ya tiene un impacto directo en la correlación de fuerzas de los grupos políticos de la localidad.
De entrada, la influencia de ‘las familias’ está visiblemente a la baja. Venidas a menos, devaluadas ante la inquisitiva mirada de los medios de información alternativos, ‘las familias’ ya dejaron de ser el factor clave para llegar al poder municipal.
Ahora, los nuevos liderazgos políticos y económicos provienen de esa sociedad civil activa, la que reclama, con justa razón e indiscutible derecho, espacios de participación política, un lugar en la toma de decisiones.
Hace tres años, en la elección por la alcaldía de Altamira en 2021, Armando Martínez Manríquez entendió a la perfección el cambio que ya se había registrado en el andamiaje de la estructura social local: con la bandera de Morena, pactó una alianza política con los liderazgos emergentes de la sociedad civil.
El resultado: un categórico triunfo en las urnas que lo llevó a la presidencia municipal.
No fue cualquier victoria: fue una ‘chuza’ que tumbó las ambiciones desmedidas de unas ‘familias’ que, desde entonces, traen la brújula perdida. Tan perdidas se encuentran esas ‘familias’ que ahora visten un día de azul, al siguiente de guinda o, por último, de verde o naranja. El brinco de un color a otro es reflejo del desconcierto y la desesperación.
Tras caer en dos ocasiones, Armando Martínez, quien es heredero de una de esas ‘familias’ que detentó el poder en los setentas, entendió que para levantarse y alzarse con el triunfo debía transitar por el sendero de la transformación establecido por la sociedad civil altamirense.
Así lo hizo hace tres años y, de acuerdo a las más recientes encuestas, repetirá la dosis para mantenerse un trienio más en la alcaldía de una ciudad emblema de las Huastecas y motor del sólido sur tamaulipeco.
 
PLAYA MIRAMAR EN SEMANA SANTA: CASI 700 MIL VISITANTES
Datos de la dirección de Turismo del Ayuntamiento de Ciudad Madero: del viernes 22 al domingo 31 de marzo, un total de 698 mil 846 personas visitaron la Playa de Miramar.
Es decir, casi 700 mil visitantes disfrutaron del máximo paseo turístico del sur de Tamaulipas a partir del ‘Playazo’ hasta el domingo santo, el de resurrección.
Otro sitio muy visitado en esta temporada vacacional fue el Parque Bicentenario, un lugar ideal para ir a caminar o hacer deporte.
La estadística es clara: Playa Miramar es el sitio turístico más visitado de todo el estado.
 
Y PARA CERRAR…
Justo hoy, estamos a dos meses de la elección concurrente, en la que se disputarán la presidencia de México y la renovación de las Cámaras de Senadores y Diputados, además de que estarán en juego las 43 alcaldías y las 22 diputaciones locales de mayoría relativa de Tamaulipas.
Armando Martínez, alcalde de Altamira. Con la bandera de Morena, camina junto a la sociedad civil.

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